El hombre piadoso siempre enciende una luz
cuando capta esa mirada del crepúsculo
la hora Buena y Mala
y sospecha,
el silencio en la nuca
en el hombro, en el pabilo negro,
su ojo se le llena de fuego.
Y las cosas se inclinan
empiezan a asomarse donde no lo pensamos,
el atardecer en donde no lo sabíamos.
El señor de las grietas
nos retrata.
La curiosidad borra los bordes,
borra el norte a donde miran las almas,
en las sombras alarga una mano tramposa
de ángulos torcidos.
Y los pensamientos son captados
por ese rayo oblicuo de un sol rojo
que alcanza nuestra carne.
El que cose contempla su punzada
el que busca con el ansia de un perro
ensombrece en la última esquina
y un hombre ante el umbral se queda mudo,
se toca la frente,
se cubre la profunda vergüenza.
Las nubes coloradas arden en la esquina del ojo,
el que camina alegre las trata de sacar con un pañuelo,
no hay nadie que lo tome del rostro y lo libere.
Detrás un sol sigue arrojando locura al horizonte.
-telarañas de calor y silencio
entre carne y espíritu-
Los pintores rodeaban al santo de penumbra