sábado, 31 de agosto de 2013

El recato



El hombre piadoso siempre enciende una luz

cuando capta esa mirada del crepúsculo
la hora Buena y Mala
y sospecha,
el silencio en la nuca
en el hombro, en el pabilo negro,
su ojo se le llena de fuego.

Y las cosas se inclinan

empiezan a asomarse donde no lo pensamos,
el atardecer en donde no lo sabíamos.
El señor de las grietas
nos retrata.

La curiosidad borra los bordes,

borra  el norte a donde miran las almas,
en las sombras alarga una mano tramposa
de ángulos torcidos.

Y los pensamientos son captados

por ese rayo oblicuo de un sol rojo
que alcanza nuestra carne.

El que cose contempla su punzada

el que busca con el ansia de un perro
ensombrece en la última esquina
y un hombre ante el umbral se queda mudo,
se toca la frente,
se cubre la profunda vergüenza.

Las nubes coloradas arden en la esquina del ojo,

el que camina alegre las trata de sacar con un pañuelo,
no hay nadie que lo tome del rostro y lo libere.
Detrás un sol sigue arrojando locura al horizonte.
            -telarañas de calor y silencio
                 entre carne y espíritu-

Los pintores rodeaban al santo de penumbra


Los colores del infierno

Ahora puedo ver ese cuadro desde afuera

viernes, 30 de agosto de 2013

Quisiera escribir una historia
en en el color del cielo
bajar la cadena de un pozo

quisiera

ver cómo se agitan las hierbas
por una ráfaga crepuscular

quisiera quedarme en silencio

mientras arde el ocaso
quisiera escuchar que alguien canta recargado en un árbol

recuerdo

cuando me tiraba al suelo
bajo el aguijón de los rayos